Extracto del artículo publicado en el Diario.es del 14 de mayo sobre la entrevista a Malela
Durán, directora de coros y codirectora
de El Molino de Santa Isabel, una escuela de música que incluye, además de la
formación, sueños de integración y redes de apoyo.
Cantar en
un coro, un arma de belleza
Lejos
de la imagen de espacios solemnes y exclusivos para eruditos e iniciados, han
surgido tipos de coros como espacios diversos y abiertos en los que se juntan personas
de todas las edades y pelajes. La mayoría de los integrantes de estos grupos corales no saben de música, y no importa, algunos tienen formación especializada en un instrumentos y otros no saben leer una partitura. Apoyándose en esas diferencias se juntan para cantar y poner en práctica una forma de expresión colectiva. Elevan la voz para hacerlo bonito, para hacerlo común, para hacerlo tangible, para acompañar las luchas y crear familia. Se convierte así en una pequeña comunidad, un
lugar donde todos persiguen el mismo objetivo, que es hacer la música lo
más bonita posible. Ese objetivo, y el placer de trabajar en los ensayos para conseguirlo, usando, además, el instrumento más sentimental que es la propia
voz, es inmensamente gratificante.
Construir
comunidad, en un sistema que fomenta el individualismo y la desconfianza del
prójimo, es una excepción frente al sálvese quien pueda. Su práctica es una
experiencia inspiradora y un elemento poderoso de transformación. Simbólicamente,
un coro es un arma potentísima, se ve a veinte o treinta personas disfrutando y
generando belleza al unísono, y eso tiene un potencial político enorme.
La idea
que se tiene de coro ha cambiado mucho y hoy en día hay muchos tipos de agrupaciones que se enfrentan a su vez a diferentes géneros musicales. Sabemos que la música
popular o el folclore son más cercanos y que la música clásica todavía se ve
como algo elitista y demasiado serio. Hay que romper con esta idea ya que la
música clásica es para todos.
Prohibido cantar en tiempos de pandemiaCuando llegó la
pandemia y el mundo se detuvo, cantar se convirtió en una actividad
altamente peligrosa, compartir espacio con la boca abierta, a voz en grito, se
volvió imposible. El principio fue muy difícil. Se decía que cantar era lo peor. Los coros más
luchadores organizaron clases por pantalla, y lo mejor que se sacó de esa
decisión fue seguir juntos en la distancia, al menos los miembros se podían ver las
caras. Pero no había manera técnica de coordinar el grupo para sonar a la vez, era
un simulacro de lo que es un coro. Muchos aguantaron y en cuanto se pudo
volver a cantar, aunque fuera con mascarillas, muchos comprobamos que no se había
hecho un agujero, sino un valle.
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