Allá por Enero, incluso todavía en Febrero, la celebración del X Encuentro de Polifonía Sacra se nos antojaba aún distante y gozábamos del cómodo colchón del medio plazo. Discurrían las semanas, pausadamente, con el trazo grueso sobre los primeros detalles de organización, entre partituras más o menos nuevas y reuniones preliminares. Sin embargo, a medida que caían las hojas del almanaque, el tempo se fue acelerando de forma casi alarmante.
Y así, sin preaviso, una buena mañana nos percatamos de que los plazos ya se medían en días. Abril estaba aquí, la cornamenta del tiempo amenazaba y la actividad por momentos se tornaba frenética. Llamadas urgentes, visitas relámpago, citas concertadas y encuentros “fortuitos” se sucedían sin respiro. Nada debía fallar. En definitiva era lo de siempre, más de lo mismo, lo de todos los años, pero vivido en tiempo presente. Por la mañana en la imprenta, por la noche la pegada de carteles después de un ensayo exigente y mañana buenas caras para la rueda de prensa.
De repente las horas se hicieron minutos y acosados por la inmediatez, debíamos traspasar el temido punto de no retorno, cuando deben imponerse el “déjà vu”, las miradas cómplices, una palmada oportuna o una palabra de ánimo. Si diez años habían pasado, diez años debían servir para algo.
Llegó el momento. Y en efecto, todo empezó a merecer la pena. Comprobar la mayor asistencia de público jamás lograda, distinguir por las bancas repletas los rostros conocidos de los anónimos, el público fiel y el circunstancial, la gente de nuestro entorno mezclada con visitantes vacacionales, antiguos compañeros, quien sabe si sentados junto a futuros cantores, espectadores del lugar y otros foráneos, prensa, fotógrafos y cámaras de televisión… la música había ganado y reclamaba su lugar. Qué lejos quedaban ya todas las peripecias hasta aquí resumidas.
Diez ediciones atrás, en esta misma Iglesia de la Inmaculada, los cantores de la Coral Ciudad de Benalmádena abríamos nuestro programa interpretando el Pater Noster de Nikolai Kedrov y el pasado domingo, en un calculado guiño al pasado, lo volvimos a colocar en cabeza de programa. Pareció causar efecto. Rebajó la tensión y nos introdujo de lleno en una espiral de armonías y sentimientos de los que despertamos, media hora más tarde, con el gesto final de Óscar Luis, nuestro director, en la última nota, del último acorde, de la última pieza. Entre tanto, atrás habían quedado los motetes de Robledo y Juan Domingo Vidal, obras del repertorio litúrgico del italiano Mignemi y del vasco Gorostidi así como sendas partes de la Missa pro defunctis de Ramiro Real, estrenos para la ocasión.
El Gemsy Ensemble, tan joven como prometedor, nos regaló un interludio instrumental fuera de programa con una muy acertada interpretación del Concierto para piano y orquesta K413 de Mozart, con los Maestros Michele Paccagnella en el atril y Gian Luca Rovelli al piano.
El quinteto dejó entonces su sitio a una de las sensaciones de la noche, como fue la fantástica actuación de la soprano italiana Maria Luisa Casali que puso voz y talento para superar con solvencia las exigencias del Cuius animam gementem del Stabat Mater de Pergolesi antes de afrontar con igual brío y consistencia el aria de La Vergine degli Angeli, sabiendo transmitir al público la inmensa belleza de este pasaje de la Forza del destino de Giuseppe Verdi, para recoger a su conclusión una cerrada y prolongada ovación.
Llegó entonces el turno del Coro San Pietro, que bajo la dirección del Maestro Paccagnella, abordó la primera parte de su programa con una muy intensa y rotunda interpretación de un tríptico dedicado a Bruckner, para alcanzar luego mayores matices con sus compatriotas Rossini y Palestrina y cerrar con el sublime Laudate Dominum de Mozart en el que volvió a destacar la interpretación de la solista Maria Luisa Casali.
Tras los protocolarios intercambios de regalos y recuerdos en presencia del alcalde Enrique Moya y del concejal de cultura José Nieto, todos los protagonistas de la noche se unieron para el actuación conjunta del Stabat Mater de Kódaly y del Ave Verum de Mozart a modo de emotivo cierre de programa y sin dudas como preludio para mayores retos en un próximo futuro, como así parecían reclamar un gran número de asistentes al evento, a través de las impresiones y comentarios recogidos en caliente a las puertas de la iglesia. La música sacra, la misma que al principio de la velada reclamaba su espacio en la Semana Santa de Benalmádena, había inundado en un par de horas los oídos y sobre todo los corazones de varios centenares de personas con su enorme caudal sonoro y sensitivo, de tal forma que hoy solo podemos concluir esta crónica afirmando que todo el esfuerzo mereció la pena.